La vida y el verso cabalgan juntos, por Sara Alcaine Rueda
Sara Alcaine Rueda reflexiona sobre Cover, de Nacho Escuín, donde «la escritura se presenta como un salvavidas para el autor, un momento de renacimiento» .

La escritura como herramienta para el cambio, como grito a la libertad y a la justicia. La escritura como espejo para mostrar amores, desamores o infancias duras, como evasión de la realidad o como medio para transformarla. Dueña de nuestros pensamientos más profundos, pero también de los más impulsivos, ama de nuestras circunstancias y nuestros conocimientos, propietaria de nuestra cabeza.
Así pues, la escritura y la vida están íntimamente ligadas —si es que no son sino cara cóncava y convexa de una misma moneda, de una misma pulsión—, son prácticamente inseparables. En este sentido, Sofía Castañón sintetiza esta idea de un modo espléndido a través del neologismo escribivir. Vivir para escribir, o, mejor aún, escribir para vivir. La escritura como hálito vital, como explicación, como decodificación de una realidad en muchas ocasiones inexplicable. Porque, a fin de cuentas, eso es la literatura: «un sueño dirigido», decía Jorge Luis Borges.
Nuestro poeta, Nacho Escuín, a través de los versos de Cover, nos está mostrando en gran medida quién es él o quién ha sido, así como su contexto. El mundo que nos ofrece a través de sus palabras y expresiones, refleja una etapa oscura de su vida, de la cual está intentando escapar. Así pues, el principal impulsor de su escritura fue la inmediata realidad que estaba viviendo, la cual, de algún modo u otro, afrontó a través de sus poemas. Este primer impulso es lo que nos demuestra la gran relación que tienen la escritura y la vida; nuestra realidad se ve reflejada en nuestras palabras.
Como el mismo autor se encarga de advertirnos, nos encontramos en Cover una serie de textos (poemas, aunque en algún caso se trate de alguna canción) que son el estímulo para un determinado tipo de escritura que aspira, en resumidas cuentas, a construir una historia personal, a dibujar una intimidad. Me gustaría destacar dos de los poemas de Cover en los que esta dicotomía entre escritura y vida se ve más marcada. El primero de los poemas, «Nada se rompe como un corazón», tiene a la canción de Mark Ronson titulada «Nothing breaks like a heart» como impulso para la escritura. Se diría que el tema popularizado por Miley Cyrus constituye el pulso que genera el poema. En él, el sujeto poético da cuenta del fracaso personal que supone una concreta ruptura amorosa. Asimismo, este sentimiento se ve agudizado por el hecho de que el protagonista se sabe culpable del mismo: «Yo lo rompí todo, yo hice estallar en mil pedazos tu corazón y con él el mío» (p. 19). El poema se nos presenta como un «mensaje» del protagonista a la amada ya irremediablemente perdida. Y además, como un «mensaje» que se sabe inútil por cuanto nunca va a llegar a su destinataria. Lo cual, dicho sea de paso, recuerda a esas preciosas cartas que inventa Ovidio en sus Heroidas.
Si lo más importante es la vida, ¿para qué escribir?, ¿para qué escribir una carta, un mensaje, que no va a encontrar destinatario? El error, quizá, está en buscarle una finalidad a la escritura. Se diría que a Escuín le interesan más las causas: ¿por qué escribir? Por nada y por todo: porque es algo «que me pide el cuerpo», esto es, que surge, como manantial, del fondo subterráneo de nuestro ser. Ese impulso irracional hacia la escritura quizá busca la ordenación del caos: el conocimiento, la consciencia de la Vida. Parece como si Escuín nos dijera que lo que se dice vivir, vivimos; pero solo a través de la escritura podemos vivirnos.
Aún cuando creemos que una ruptura amorosa es el dolor más punzante que vamos a sentir, viene algo mucho peor, la pérdida de un ser querido. En el poema «El día que murió David González» observamos ese sentimiento de desolación, esa sensación de orfandad ante la muerte de un poeta que, en gran medida, había perfilado la personalidad de Nacho Escuín como escritor. La muerte, pues, se convierte en un punto de quiebre para el poeta, quien enfrenta la pérdida no solo de su mayor inspiración, sino también de una parte de sí mismo, pues «él estaba en cada uno de mis versos» (p. 40).
Asimismo, este sentimiento de orfandad del que hablábamos anteriormente no es exclusivo del poeta, sino que es compartido por «unos cuantos amigos de toda España», los cuales compartían ese «peso en el pecho» (p. 40) por la pérdida de quién había sido el guía de gran parte de los escritores de su generación. La muerte de David González, pues, produjo, podría decirse, la apertura de una doble tumba: la suya propia y la de sus seguidores, sus pupilos poéticos, la comunidad que compartía su misma sensibilidad poética. En este sentido, la poesía se presenta como un espacio común, un refugio donde las emociones más complejas pueden ser compartidas y comprendidas.
Así pues, la poesía no solo es un medio para expresar emociones, sino también una forma de supervivencia, un acto de resistencia ante el caos de la vida. Y es que la escritura aquí se presenta como un salvavidas para el autor, un momento de renacimiento, ya que es lo que le lleva a preguntarse «dónde estaba mi sitio», como en ese poema de David González que se titula «Berlín» (p. 41).
Y es que la escritura no es solo un reflejo de la vida, sino que puede llegar a transformarla, ayudándonos a cruzar muros que creíamos infranqueables. Al igual que los muros de Berlín o Gaza, la vida se erige con fronteras que dividen y marcan, y el poema nos sugiere que el acto de escribir —y, en consecuencia, de vivir— implica descubrir de qué lado queremos estar.
Apartándonos de los caminos del amor y la muerte, en el poema «Galimatías», nos encontramos como protagonista a la literatura, así como el ansia del escritor por permanecer a su lado. Nos vamos a centrar en concreto en la tercera y quinta sección del poema, ya que son las partes que mejor ilustran esta idea. La escritura, en la sección tercera, se presenta como un «caballo desbocado» (p. 35), es decir, como una fuerza indomable de la que el escritor no puede zafarse (la literatura, la poesía, como algo inevitable). Incluso cuando advierte que «creías haber abandonado ese camino» (p. 35), la voz poética se sabe encerrada en él, como si de una cárcel se tratara. El impulso a la escritura es irrefrenable para el escritor ya que convierte sus experiencias, su sufrimiento, su amor, en versos, pues «el amor y el verso cabalgan juntos» (p. 35)
La vida pasa, y el escritor, en las distintas etapas de su vida, ve la realidad de diferentes maneras y así lo plasma en sus versos: «Darle la vuelta a los signos y a los castigos, actualizar de nuevo el sufrimiento» (p. 35). Estamos en constante cambio y esto lo refleja el escritor en sus poemas, siendo esta una manera de reinterpretar el dolor —de resignificarlo—, enfrentarse a él y encontrar en él un motor para la creación.
Este poema parece continuar en la sección quinta de «Galimatías», donde vuelve a repetir la idea de «darle la vuelta a los castigos», pero esta vez de una manera un tanto distinta. Parece que entre una sección y otra ha habido una maduración y un cambio de pensamiento en el escritor. Ahora parece que ve la escritura como una obligación debido a su situación vital. Y es que, aquí, el escritor destaca el carácter efímero de la escritura, que se sustenta en lo finito de nuestros sentimientos: «Un poema que ame a algo o alguien hasta que se le agote el cariño, hasta que mire dentro y todo sea nada» (p. 36).
Estos versos revelan cómo la escritura puede vaciar al hablante, extrayendo sus emociones hasta el límite. El tiempo pasa, las personas van y vienen y nuestros sentimientos cambian. Versos que antes estaban llenos de significado, ahora se le presentan al escritor como desconocidos, no se ve reflejado en ellos. A veces «todo» se puede convertir en «nada».
En conclusión, la escritura y la vida son dos elementos que se yerguen prácticamente indisociables. El tuétano de ambas, podríamos decir, es el mismo. Ambas mantienen una relación simbiótica por la cual una nutre a la otra: una existencia, pues, casi gemelar. Todas estas ideas vertebran el poemario de Nacho Escuín, Cover, latiendo en él la desolación, el amor, el recuerdo, la melancolía…, la vida, a fin de cuentas. Escuín se abisma, otea el vacío angustioso de la hoja en blanco, advirtiendo (fatal o genialmente) que se trata de un espejo en el que se ve reflejado. No es, pues, la vacuidad lo que aterroriza, sino ver nuestra propia realidad enfrentada —quizás esperpéntica—, erigida en sílabas, acentos y rimas. Es, así, un ejercicio de valentía el de Nacho Escuín, un salto ciego hacia la vida, carátula del dolor, cover de la alegría.
Sara Alcaine Rueda
Nacho Escuín, Cover, Madrid, Bala Perdida, 2024.
