La belleza como válvula de escape, por Nacho Escuín

15.04.2025

Nacho Escuín reflexiona sobre Del giro en la quietud, de Mariano Castro, donde «la búsqueda de la verdad ha llevado al poeta a un lugar que ahora ocupa agotado pero en paz consigo mismo y con el mundo».

La belleza como válvula de escape

Has buscado las fuentes del sentido,

el sospechoso pulso de lo propio,

en el hondón de la incertidumbre.

Has querido tapar el hueco que te hiere

con la sola palabra arrancada al silencio.

Has perseguido luz en la pupila

de la sombra con el empeño inútil

y la triste razón de la locura.

Y ahora, exhausto, pides solamente

abandonarte en la belleza.

(Mariano Castro, Del giro en la quietud, p. 21)

Queda siempre una sensación aplastante, de permanente gratitud podríamos decir, pero también profundamente amarga y dolorosa, tras la lectura de un libro de Mariano Castro. Sucede esto por lo que cuenta en sus libros, por ese sufrimiento tan tangible para el lector, que ensalza esa sensación si uno ha tenido la suerte de conocer al poeta, con esa identidad calmada y profunda, ese sosiego que embiste con dureza después desde la nostalgia. El tiempo perdido, ese que se va para no volver, es y será uno de los grandes temas de nuestra poesía, lo saben los que han crecido con las coplas de Manrique, o aquellos que han hecho del Ubi sunt un himno generacional. La nostalgia es contagiosa y, a veces, reconfortante, incluso. En esa tristeza del tiempo ido hay también un canto a aquellos momentos que invaden la memoria y la toman para siempre como un territorio que nuevas experiencias no podrán (re)conquistar.

El poema que aquí traigo pertenece al primer capítulo de un libro compuesto en tres partes. Esa denominación que hago no es casual, porque está compuesto casi como una vida, con un trascurso en la que se suceden episodios que se transforman en experiencias de inmediato. El sosiego es pues un estado que a su vez es una meta alcanzada tras la propia existencia acaecida, es en sí mismo el retiro merecido, el descanso del guerrero que alcanza la paz solo si consigue aislarse del propio mundo («en ti estás todo mar y sin embargo qué sin ti estás», que diría Juan Ramón Jiménez). Y ante todo lo vivido y todo lo atesorado ya solo queda dejarse caer y observar cómo la belleza está en todos los lugares.

Aunque por lo que podamos entender por lugar tendríamos mucho que decir, incluso del espacio que ocupa en la vida del autor, en el mundo que este habita y cómo la belleza forma parte de ella. En palabras de José Luis Puerto (2025), quien por cierto abre con una cita la sección primera del libro que aquí nos ocupa: «porque la poesía no está en los escenarios, ni en los primeros planos, ni en los suplementos periodísticos muy publicitados… Es huidiza, como el alma. Está en determinados lugares (un término, "lugar", clave en nuestro poeta); entre otros, en los versos de Mariano Castro».

La poesía huye siempre, la poesía evita el ruido, es ajena a las fotografías y a los medios, es, acaso, lo contrario a lo que en esencia significa socializar, pero en el fondo es a su vez la fórmula más directa y profunda de comunicación humana. Lo que el poeta dice en este poema alcanza un nivel de complicidad con el lector y de cercanía al que jamás podrán aspirar algunos que solo aparecen sonrientes en todos los actos supuestamente literarios o culturales, y que cuentan como único mérito en este campo la apariencia de ser amigos de todo el mundo. Ni es posible serlo ni eso implica haber escrito una línea de mérito.

En esa pausa, esa quietud alcanzada por el poeta, hay guiños machadianos, también de Antonio Colinas, en esa contemplación de la naturaleza y de la vida tras haber descubierto el misterio de las mismas. Mariano Castro ya conoce el desenlace de la historia, ha superado el laberinto y desenmascarado a los tramposos, ha vivido, a fin de cuentas, y ha sobrevivido a la propia vida. Y eso ha sido gracias a la compañía de quien calma las tempestades a su lado en la casa del poeta, a una editora que le enseñó la importancia de vivir en un locus amoenus permanente, al gran poeta aragonés de finales del siglo XX e inicios del XXI digan lo que digan algunos académicos que pretenden reescribir la historia de nuestros días y que lo denostan hasta convertirlo en solo un autor ocurrente, aunque por suerte sea un ángel para muchos. Y ha sido posible también gracias a las lecturas realizadas, a los autores citados en este libro y a los que no aparecen pero están.

Y, desde luego, hay un poeta crucial en la poética de Mariano Castro que palpita sin cesar, se trata de José Ángel Valente. Desde ese silencio tantas veces leído, Mariano Castro alza la mirada al cielo y revisita el legado de Juan de la Cruz o Teresa de Jesús en un viaje permanente. Se trata de un trayecto por el que compartiera devoción con el ya desaparecido José Verón Gormaz (con quien coincidiera en una percepción ecopoética), o con el respeto de otros poetas de la generación de Castro como Joaquín Sánchez Vallés. La belleza aquí es heredera de la manifestada por los místicos, es estética y ética como lo fuera para Séneca y los estoicos, como Gracián también defendiera. O como lo manifiesta de forma incansable Alfredo Saldaña (2025: 206) en su particular deambulación por el desierto:

El desierto aparece así como un lugar en el que la arena es al mismo tiempo amenaza y casa del sujeto que con su palabra se traslada por ella, una tierra de frontera, abundancia y expiación en la que cualquier conquista se logra siempre a costa de una pérdida, un dominio sobre el que nadie tiene potestad y que alcanza la extensión y la temperatura de un horizonte hostil e inhabitable donde, sin embargo, la vida, esto es, la conciencia, puede germinar, un escenario indómito e inconquistable en el que un ser humano que camina a solas, en silencio y a contracorriente corre el riesgo de perderse, vaciarse y, así, desde la nada, ese fruto prohibido y milagroso, quizás, ganarlo todo. En el desierto —ese lugar alejado de la plaza pública— confluyen la soledad y el silencio, condiciones imprescindibles para que la palabra poética pueda manifestarse.

La búsqueda de la verdad ha llevado al poeta a un lugar que ahora ocupa agotado pero en paz consigo mismo y con el mundo. La poesía es en sí misma un lugar, la decisión de habitar un mundo desde un espacio incómodo que hace preguntas constantemente y lleva al individuo de ida y vuelta a sus recuerdos, que reflota el juicio permanente sobre cómo ha de vivirse y si se está siendo honesto con lo que se proclama en los versos. La poesía de Mariano Castro es su casa, es su refugio contra la intemperie, es más que un espacio pues da sentido a todo, lo determina, lo nombra y nos lleva a nosotros, sus lectores, a tratar de acercarnos a lo que observa y siente el poeta. Sin dulcificar un ápice nada, asumiendo que todo es lo que parece si se mira con cuidado y si se hacen las preguntas oportunas por muy incómodas que estas puedan ser.

Nacho Escuín

Mariano Castro, Del giro en la quietud, Zaragoza, Olifante, 2025.


Referencias bibliográficas:

Puerto, J. L. (2025): «"Un raro ofrecimiento" (la poesía de Mariano Castro)», en Astorga Redacción, 03/04/2025, https://astorgaredaccion.com/art/37197/un-raro-ofrecimiento-la-poesia-de-mariano-castro

Saldaña, A. (2025): «Apalabrar el desierto», en A. Pérez Lasheras y N. Escuín (coords.), Una mirada al horizonte. Geografía y paisaje en la poesía hispánica contemporánea, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, 205-220.

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