David Conde, el sutil encanto de lo profundo, por Nacho Escuín

26.06.2025

Nacho Escuín reflexiona sobre la poesía de David Conde, al que concibe como «un autor joven y pausado, cauteloso y discreto» en el torbellino de sobreexposición de nuestros tiempos y nuestra cultura.

David Conde, el sutil encanto de lo profundo

La discreción ha dejado de ser un elemento bien visto o valorado en el individuo. A buen seguro, esto se debe a que la sociedad ha entrado en ese torbellino de sobreexposición o en el malentendido dogma de hacer lo privado público o de acabar con eso que denominábamos intimidad. Si Baltasar Gracián levantara la cabeza, no podría hacer otra cosa que observar estupefacto todo lo que han cambiado las cosas y cómo la verdad ha abandonado el decoro. Tal y como señala García Fernández:

La intimidad como se entendía anteriormente, sigue existiendo, pero para una gran cantidad de personas ya no es la forma más importante de vivir su identidad y tampoco les preocupa protegerla. Todo indica que la extimidad está tomando terreno, transformando el ámbito del derecho a la intimidad (García Fernández, 2010: 282).

Este es el paradigma de nuestros tiempos y de nuestra cultura: vivir para afuera en lugar de vivir para uno mismo, quien trabaja en silencio no es escuchado (ni visto como un mensaje de wasap) por los demás. Funciona mejor el «quien a buen árbol se arrima» —y entiéndase aquí por bueno quien más influencia o poder ostenta— que quien entiende la necesidad del espacio, el tiempo y el silencio para crear. Ese es el otro viraje, de lo que el propio Gracián entendiera sobre lo bueno y lo bello, Séneca y los estoicos mediante, poco queda ya de todo eso. Son los tiempos del ruido, del postureo, de la promoción desmedida en redes y el autobombo.

Son tiempos en los que parece más importante decir a los demás lo que has leído que el efecto que estas lecturas tienen para uno mismo. «Dime de qué presumes y te diré de qué careces», dice el dicho que bien podrían aplicarse aquellos nuevos gurús que antologan sin cesar y sin verdaderamente tratar de conocer lo que está sucediendo en la poesía española contemporánea (si es que está sucediendo algo, como apostillaría con esa media sonrisa socarrona Javier García Rodríguez). Son tiempos de confusión generalizada, de prisas, de ansiedad por publicar para poder promocionar que esto se hace antes de estar seguro de que el libro está terminado (y corregido):

En todos siglos hay hombres de alentado espíritu, y en el presente los habrá no menos valientes que los pasados, sino que aquéllos se llevan la ventaja de primeros; y lo que a los modernos les ocasiona envidia, a ellos autoridad; la presencia es enemiga de la fama. El mayor prodigio, por alcanzado, cayó de su estimación; la alabanza y el desprecio van encontrados en el tiempo y el lugar: aquélla siempre de lejos y éste siempre de cerca (Gracián, 1993).

Así, cuando uno encuentra un autor joven y pausado, cauteloso y discreto, no puede más que observarlo como a un unicornio que pasta tranquilo en medio de una batalla absurda por la notoriedad y los focos (y los likes). David Conde Vitalla, con dos libros anteriores a este a sus espaldas, editados por el sello aragonés Los libros del gato negro que dirige con tino y cuidado Marina Heredia, transita en este nuevo poemario ese camino hacia lo trascendente, un trayecto complejo y que no está al alcance de todo poeta o viajero que lo pretenda.

X

Regresas del instante

para poblar de nuevo

la inmensidad.

Ese es el pacto

con lo profundo

(Conde, 2025: 20).

Lo dicen estos versos citados, dejar de lado lo momentáneo, lo efímero o fútil para integrarse en lo infinito, en lo profundo. El sosegado camino al pensamiento alcanza un medido tono, nada afectado, que embellece más si cabe lo que se está diciendo: «Vivir es hacer costumbre / de la pérdida, / una especie de muerte» (Conde, 2025: 65).

Sabemos que el poeta se hace, se forma con sus lecturas y con su trabajo en un proceso de formación infinito que comienza el día que trata de escribir su primer verso y concluye, quizá, cuando ya no puede escribir el último. Menciono esto por la carga artística y poética que rodea al poeta aquí tratado. Su padre, José Antonio Conde, que ha construido una voluminosa obra con sus obvios aciertos y también sus humanas reiteraciones y los errores que todos cometemos, le ha transmitido una inusual pasión por lo poético y por el sector editorial, por las ferias, las lecturas y la presencia en colectivos literarios (asociativos). David Conde ha crecido en ese entorno, rodeado de poemas y sueños culturales, de obra artística de un autor, su padre, que se ha hecho a sí mismo, autodidacta, y ha crecido desde la creencia en este modo de entender la vida. Él ha dado un paso más allá, ha estudiado Filología Hispánica en la Universidad de Zaragoza, y ha forjado su posicionamiento estético desde las lecciones de maestros como Antonio Pérez Lasheras o Alfredo Saldaña. Ha buscado el lugar en el que todo se fragmenta desde todos estos espacios habitados y leídos, ha encontrado el lugar también desde el que nace el dolor.

La herida está ahí, la percibimos con esos versos que manifiestan un extrañamiento inmenso, un individuo que habita un mundo en el que todo duele y en el que solo la escritura permite unos instantes de tregua. Decir para que el dolor desaparezca, exorcizarlo, escribir como único remedio ante la nada: «Esta escritura, / esta vieja semilla / que sostiene una plegaria, / esta tregua posible / que se rinde a la sed […] Alguien vendrá y recogerá esas manos frías» (2025: 61).

Nacho Escuín


David Conde Vitalla, Esta hiriente luz, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, col. La gruta de las palabras, 2025, 69 páginas.

Referencias bibliográficas:

García Fernández, D. (2010): «El derecho a la intimidad y el fenómeno de la extimidad», Dereito, vol. 19, n.º 2: 269-284.

Gracián, B. (1993): Obras completas, Madrid, Turner, vol. II, en versión online en web Instituto Cervantes: https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-discreto

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