“Palabras”, de Hugo Mujica, por Alfredo Saldaña
Alfredo Saldaña dialoga con “Palabras”, de Hugo Mujica, desde un particular “bajar a lo profundo para rescatar la palabra que se encuentra en el fondo de ese hueco”.

Palabras
(Todo ocurrió en palabras que no dicen lo que dicen ni el silencio que las dice, en palabras muertas, en las que la muerte va diciéndose mientras nos decimos, mientras nos habla para llegarnos a callar.)
I
Buscabas una, no todas, una palabra en la cual escucharnos, desde la cual llegarnos a decir; podría haber sido la palabra "fuente", pero no era "fuente" ni era una fuente en la que nadie se hubiera mirado: una fuente sin nombrar. Era la palabra que faltaba en cada historia leída, la que había quedado sin narrar en todas las historias escritas, era la ausencia que hacía del punto final de todos los libros una caravana infinita, un infinito punto de suspensión, un infinito suspendido en cada final.
II
Hablamos hasta la sed, hasta el grito en que callan los sedientos (el grito con que los náufragos tragan el agua que los traga), después callamos, pero tampoco fue el silencio (esa evasión de los que no hablan, eso que se evade cuando hablamos).
Buscábamos la palabra en forma de hueco de esa palabra en todas las palabras, el hueco que hace de toda palabra un eco de ese hueco. Buscabas —lo dijiste cuando ya llorábamos— la palabra que no dice nada, la que se dice ella misma en toda palabra que no la dice, en las que nos decimos para no llegarnos a nombrar. (Mujica, 2023: 145-146)
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Buscar esa palabra y dejar después que nos arrastre por el desierto al socaire de una "caravana infinita" hacia un punto vacío, una palabra que sea al mismo tiempo un venero de luz y un avance del crepúsculo, un decir que se instaure a la vez como un comienzo y un final, como un lenguaje de los fundamentos y las capitulaciones. La poesía conoce bien ese riesgo, la medida del abismo y sus profundidades; en ella el sujeto ha desaparecido, ha hecho mutis por el foro, se ha hecho presente, como afirma Edmond Jabès (1997: 305), en la forma desvanecida de una ausencia: "l´écriture est absence et la page blanche, présence"; en ella nada se afirma ni se niega, ninguna realidad se asienta, solo el deseo actúa como una línea de fuga que alumbra la deriva de una lejanía imperceptible, siempre inalcanzable, en la medida en que se presenta como "el movimiento de algo que va hacia lo otro como hacia lo que le falta a sí mismo" (Lyotard, 1996: 81). De este modo, el deseo podría verse como la señal de la presencia de algo que, en esa ausencia que Hugo Mujica percibe como un lejano destello, se configura como la propia energía deseada y responde, en cualquier caso, a una aspiración anómala y rara, basada en la querencia de liberarse de sí misma, traicionándose al manifestarse en acto.
Pero, en realidad, ¿qué presencia acoge esa ausencia infinita que se abre con el "punto final"?, ¿de qué da cuenta esa privación que se sugiere bajo la forma de "un infinito punto de suspensión"? Es ese "infinito suspendido en cada final" —el relato inenarrable, el desierto intratable— lo que se nombra sin declararse, el hueco que se abre con esa "palabra que no dice nada". En realidad, poco sabemos de ese hueco. Si acaso, que toma la forma o la imagen de una palabra, pero es una palabra impronunciada, enterrada bajo un mar de arena donde espera su oportunidad de manifestarse. Ese hueco, esa palabra es lo que busca el poeta, aunque, casi siempre, es ella la que acaba encontrándolo a él.
En esas condiciones, ¿cómo llenar ese hueco?, o, por lo menos, ¿cómo sostenerlo? La poesía nada nos garantiza y sin embargo en ella todo es posible, sobre todo cuando "se expone, sin garantía ni certidumbre, a la libertad de lo que todavía no está sino por venir" (Blanchot, 1999: 35), una libertad ingobernable que aún no ha sido domesticada en la cárcel del lenguaje descrita por Nietzsche, una libertad irrespirable que indica la medida y el horizonte abisal de nuestro ser. Decía José Ángel Valente (2018) que ser poeta consiste en comparecer ante la palabra o, dándole la vuelta, quizás pueda afirmarse que tan solo se trata de permanecer a la escucha y dejar que el silencio comparezca en uno mismo manteniéndose vigilante y a la espera de esa palabra que, como defiende Mujica, "se dice ella misma en toda palabra que no la dice". A partir de ahí, creo que eso que el sentido más extendido entiende por "ser poeta" podría consistir en desplegar una especie de caída en picado, un arte de la fuga y el escapismo, en desarrollar una relación extrema y rigurosísima con el lenguaje, un trato riesgoso y radical que han resistido muy pocos y en el que algunos se han dejado la vida.
Quizás la poesía no sea sino una búsqueda sin garantía de encuentro, quizás no consista en otra cosa: explorar ese hueco de la ausencia, la carencia y la falta con la intención de desenterrar una palabra que lo ciegue, bajar a lo profundo para rescatar la palabra que se encuentra en el fondo de ese hueco. Quizás la poesía no sea sino el hueco que trata de cegar esa palabra, quizás el poema solo sea esa agua-palabra que brota en el desierto para calmar la sed del mundo, "el grito con que los náufragos tragan el agua que los traga", pero, ay, sucede que la palabra a veces se deshidrata y el desierto está vacío, no hay nadie que lo habite, recorra y dé cuenta de su nada.
El poema de Hugo Mujica quiere contestar a ese interrogante invaluable proporcionándole una imagen más o menos nítida, reconocible y familiar, una imagen que encuentra bajo la piel de la extrañeza; desea rellenar ese hueco, ahogar o por lo menos calmar el sinsentido en el que alguien naufraga al plantear la pregunta, enmascarar o vestir esa ausencia y ofrecer algún tipo de saber o consuelo, alguna señal que nos oriente y nos cuide del naufragio en este océano de ruidos ensordecedores y palabras banales e insustanciales.
No cabe duda de que es ahí, en ese hueco que solo el silencio es capaz de llenar —"un hueco [que] no es sólo hueco" (Mujica, 2023: 63)—, donde se encuentran las palabras que están llamadas a salvarnos. Somos conciencia apalabrada, palabra labrada que se entrega y nos desnuda al decir "te doy mi palabra", que es como decir "estoy en tus manos". Lo nuestro, claro, es la palabra, la palabra que nos nombra y nos consuela, "la palabra que no dice nada" y nos anonada.
Surge así el mundo de ese hueco en el que solo vive el silencio para adquirir idea, forma e imagen con el lenguaje, pero ese formidable y arrollador esfuerzo no deja al final de resultar vano e inútil pues la palabra se presenta entonces como la huella nemónica de una desaparición; la palabra, en esas circunstancias, solo consigue con su presencia modelar una engañosa y a veces deslumbrante fantasmagoría, suscitar un estado de ilusión y figuración en el que la hondura del vacío ha sido sustituida por la vacua, apabullante y excesiva palabrería. Entrar, "penetrar en la nada" (Juarroz dixit), anidar en ella hasta incubar un hueco donde pueda brotar un alumbramiento.
Surge el mundo de ese hueco en el que respira el silencio —la palabra sellada por la afonía— para adquirir idea y forma con el lenguaje, un proceso al final vano e inútil pues la voz solo consigue con su presencia representar una cierta fantasmagoría, suscitar un estado de ilusión y figuración en el que la hondura del vacío ha sido sustituida por una vacua e impostada palabrería. A este respecto, poesía e inefabilidad remiten a un mismo imposible en el que la palabra robada al silencio no acaba de colmar todas las expectativas de significación depositadas en ella, una palabra dispuesta sobre esa "ligne blanche" que entreviera René Char como itinerario de la libertad y que sigue el rastro de la ausencia y el silencio con la intención de salvarlos.
Sí, pensar ya es hablar, aunque ese hablar consista en generar un hueco o una ausencia, abrir la posibilidad de que pueda decirse lo que se está buscando, aquello que, sin haberlo encontrado, como una falta o una carencia, nos pertenece arrebatándonos la vida.
Este poema da cuenta de la aceptación de una contingencia, la posibilidad de que se abra una grieta por la que se pueda subvertir el mundo real e intuir algún horizonte inédito y desolado, el desdoblamiento de una realidad efectiva en una realidad imaginaria cuya palabra es solo el pronóstico de una oportunidad: la experiencia de la poesía contemporánea consiste a veces —ese es, me parece, el caso de Hugo Mujica— en un tránsito, un aprendizaje, del margen y el destierro permanente, del vaciado de sí misma y el alejamiento del centro; cuando se afronta de esta manera, probablemente no haya ninguna otra actividad tan consciente de la pérdida como la poesía, una práctica que en la creación de sus propias imágenes arrastra el estigma de su misma destrucción, la señal inequívoca de su inminente desaparición, una experiencia en la que una voz se deja oír para pronunciar y fijar una palabra errante en el hueco más profundo de la ausencia.
Alfredo Saldaña
Referencias bibliográficas
Blanchot, Maurice (1999). La bestia de Lascaux. El último en hablar, trad. A. Ruiz de Samaniego, nota de presentación J. Jiménez, Madrid, Tecnos.
Jabès, Edmond (1997). Le Livre des Questions, II, París, Gallimard.
Lyotard, Jean-François (1996). ¿Por qué filosofar?, 1.ª reimpr., trad. G. González, intr. J. Muñoz, Barcelona, Paidós / I.C.E.-U.A.B.
Mujica, Hugo (2023). Más hondo. Antología poética (1983-2023), 2.ª ed., Madrid, Vaso Roto.
Valente, José Ángel (2018). El ángel de la creación. Diálogos y entrevistas, ed. A. Sánchez Robayna, Barcelona, Galaxia Gutenberg.
